lunes, 10 de febrero de 2014

Quemando rueda en Indochina - Episodio II

El viaje de tres días desde Phong Nha Ke hasta Hanoi (600km) fue todo un reto. Aunque a medida que acumulaba kilómetros iba ganando confianza con Sombragrís, el número de imprevistos con los que me enfrentaba crecía proporcionalmente. A punto estuve de irme al suelo, a unos 50km/h, cuando un perro en medio de la carretera fue al lado contrario al que debía. Lo acabé "atropellando" dándole con el pedal de freno en la cadera. 'Poco' cabreo me cogí con el cánido, -que probablemente haya sobrevivido y (espero) con la lección aprendida-, pero el estrés se acumulaba por momentos

Visto lo visto, tuve que hacer una clasificación mental por orden de mayor a menor probabilidad de accidente, para poner atención extra, de todos los pelígros que en forma bípeda o cuadrúpeda podían amenazar la tranquilidad del viaje: gallinas, perros, cerdos, patos.

Las gallinas tienen la extraña tendencia anti-darwinista a irse al lado del arcén que maximiza la probabilidad de aplastamiento. El comportamiento de los perros es: "me quedo parado y en el último momento decido aleatoriamente al lado al que me voy", y su reacción a la bocina es ocasional. Los cerdos suelen ser bastante rápidos y reaccionan a las bocinas desde relativamente lejos, con lo que suelen salirse de la carretera a tiempo. Los patos suelen ser bastante lentos y siguen una trayectoria recta, sin fluctuaciones ni arrepentimientos, con lo que es bastante fácil evitarlos.









Aun con esta experiencia adquirida sobre la marcha, el hecho de que hubiera animales de campo por todas partes, unido con la inconsciencia del vietnamita medio a los mandos de todo tipo de vehículo, hacía que una jornada motera se pudiera convertir fácilmente en una experiencia increíblemente estresante.

No es que conduzcan mal, es que conducen como Putas Cabras, sin matices. Entre la gente que tiene carnet de conducir, el concepto de "antes de incorporarme, mirar al lado para ver si viene alguien" parece que no se conoce.
Las luces de los intermitentes debían de tener un significado más bien decorativo a la hora de celebrar el fin de año, y el hecho de adelantar invadiendo el carril contrario independientemente de que vengan motos o no (ya se apartarán, que son pequeñas! debían de pensar), hacía que la experiencia fuera del todo menos agradable.

La situación se volvía más crítica cuando, en plena carretera, un camión en sentido contrario decidía adelantar a otro, y a los motociclistas/ciclistas no nos quedaba más remedio que construir en pocos segundos una fila india para aprovechar el escaso arcén, que a veces estaba lleno de barro o arena. La situación se agravaba todavía más cuando en esa fila india había algún ciclista, que circulaba a mucha menos velocidad, y obligaba a los de atrás a frenar en seco. Ésto, unido con el barro/arena en el arcén, creaba el escenario perfecto para una tragedia vietnamita. Alguna vez tuve que pararme después para que me bajaran las pulsaciones, para blasfemar a gusto, y para replantearme si el divertimento general compensaba tantas sorpresas.

No me extrañó nada, por cierto, ver la triste estadística de la OMS:

Muertes en carretera por cada 100.000 vehículos (WHO):
  • España: 5.2
  • Vietnam: 65.3




Teniendo en cuenta toda esta fuente de peligros, y considerando el hecho de que la luz delantera de Sombragrís bajaba de intensidad cada vez que frenaba -las luces delantera y de freno estaban hábilmente conectadas-, el conducir de noche se volvía deporte de riesgo digno de patrocinio por Red Bull, más aún considerando la nada despreciable probabilidad, creciente con el nivel de nocturnidad, de cruzarte con un conductor puesto hasta el culo de cervezas Saigon.

Así, tras verme en la situación de no haber llegado donde tenía planeado, en un pueblo en medio de la nada, y con el sol ya puestísimo, decidí pararme y preguntar por un sitio donde descansar mis huesos. Una de las mujeres que parecía que me entendía, me decía "dos" con los dedos en V. Al preguntarle sin éxito ¿dos qué? ¿dos casas? ¿dos kilómetros? ¿dos minutos? ¿dosmil dongs vale la respuesta?, seguí preguntando, esta vez, con la ayuda del traductor de Google (sí, en el Vietnam más rural también llega el 3G).

Ésta fue una de las incontables ocasiones en las que tener un smartphone te puede salvar cuando viajas. Al fin me ayudaron a encontrar un hotel más bien modesto, tras media hora de búsqueda, en el que tuve que dormir con un gallo en frente de la puerta que cacareaba a las horas más intempestivas. Gracias a los cacareos del gallo que alimentaban mi ira cada vez más, no debí de dormir más de un par de horas. A la mañana siguiente, al traducirle a la dueña "no puedes tener un gallo delante de las habitaciones de los huéspedes", me respondió asintiendo con una pequeña carcajada, algo que el Traductor de Google del futuro traduciría a esto.



Esto es lo que me pusieron al decirles "Ahn" (= "comer").

Uno de los mejores Pho Bo que me pusieron en todo el viaje. : )_
Al tercer día por fin llegaba a la capital Hanoi. Pero la última parte no iba a estar exenta de problemas. Si la conducción en carretera podía volverse peligrosa, la conducción en ciudad tampoco tenía por qué ser precisamente divertida. Al verme en los primeros atascos pensaba que ya estaría muy cerca del centro. Pobre iluso.

Casi dos horas estuve conduciendo a una media de 10km/h hasta llegar al centro. El estrés de intentar mantener el equilibrio, rozándome constantemente con el resto de motos y coches, al tiempo que repartía miradas asesinas por doquier, hizo que al llegar tuviera los musculos de la espalda, brazos y mandíbula totalmente agarrotados, y el cerebro como después de hacer un exámen de Análisis Tensorial XVII.



Afortunadamente llegué de una pieza y con nada que una sesión de 14 horas de sueño no pudiera reparar. Me quedaban 3 días de relax en la metropoli Hanoi. Allí me quedé en el 'Hanoi Backpackers' donde me reuní otra vez con la pareja belga Milan y Helen, y tras las correspondientes noches de fiesta, me puse a planificar la siguiente ruta por el norte de Vietnam a partir de los consejos del mítico Dominic y otros mochileros.

Cerdo viajando en el barco hacia Cat Ba.
Naranjo viajando en el barco hacia Cat Ba.



La isla de Cat Ba fue el lugar en el que batí el record de estancia del viaje hasta el momento -5 días- y es uno de los lugares en los que espero volver en el futuro. El camino de 45 minutos por la carretera costera desde el puerto al pueblo principal fue espectacular, y obligaba constantemente a pararse a contemplar.

Pero a los pocos kilómetros al salir del puerto, el peso de la guitarra y la mochila (unido con los baches constantes) hizo que el portaequipajes de metal se rompiera, haciendo caer luz trasera y matrícula al suelo, dejando colgando de dos cuerdas todo el equipaje. Con tal destrozo tuve que dejar la guitarra por el camino escondida detrás de un arbusto, a unos 30 minutos de la civilización, y llevar la mochila a la espalda. Dos días después, una vez soldado y reparado todo por 500.000 Dongs (unos 18 euros), ahí seguía la guitarra afortunadamente.

Esos días los invertí en disfrutar de las increibles rutas en carretera de la isla, de un poco de playa, del marisco malo, reencontrándome con el idioma castellano al conocer a la chilena Pía. También dediqué no pocas horas a preparar una solicitud para una beca para la Operación Máster. Los tres últimos días coincidieron con festividades del año nuevo vietnamita, que hizo que la isla se llenara de más turistas vietnamitas que extranjeros.

Desde la zona norte de la isla se podía ver los inicios de la mítica bahía de Halong, merecidamente considerada como uno de los sitios top turísticos del país, en la que la combinación de cientos de islas kársticas con la luz del atardecer creaba un escenario simplemente espectacular.

Aunque la magia y tranquilidad de la isla me tentaba a quedarme, tenía que seguir el camino programado ya que me quedaban sólo 10 días de visado. Así que el día 1 de febrero salí temprano en barco y me dirigí a la agradable ciudad de Ha Long que da nombre a la bahía, pensando que quizás podría hacer un tour en barco por la bahía. Al final, la prisa y el "déjate algo por ver, así tienes más excusa para volver", me hicieron irme tras decirle 'hasta luego' a la increible bahía desde la costa norte.























  
















 
 
 
 
 







 
















El siguiente destino, a unos 3 días, fue el parque Nacional de Ba Be. En esta ruta, el Google Maps me llevó por lo que -en ese momento- pensaba que serían las peores "carreteras" por las que conduciría a Sombragrís. Así, el segundo día de febrero, mi cumpleaños, mientras iba por un camino de tierra con verdaderas bañeras, el portaequipajes se rompió por segunda vez. Ahí empecé a asimilar que tenía que deshacerme de la guitarra, porque no había manera de llevarla en la moto equilibrando bien el peso en el portaequipajes. Tras recibir ayuda de una pareja conseguí llegar (con la guitarra en la espalda, la mochila al frente y a 5km/h) al una pagoda budista.

Tras infructuosos intentos de que se quedaran con mi guitarra -no la aceptaban por no tener algo que darme de similar valor (!)-, conocí a Dung, un chico que había dejado sus estudios de ingeniería agronómica por la música, y que me ayudó con mis problemas con la moto y la guitarra. Así, tras llevarme a un taller de un amigo suyo, quien me reparó la moto por 10 veces menos de lo que me había cobrado el mecánico de Cat Ba -no hay nada como ir de parte de un 'local'-, me invitó a quedarme a dormir en su casa, en la que vivía con su madre. Así, el destino quiso que tuviese una pequeña celebración tal día, 2 de Febrero, por mis 27 cumpleaños con Dung y sus dos amigos, en un bar en un pueblo perdido -Kép-, en el Vietnam más rural.
 

Segunda rotura del portaequipajes.






A la mañana siguiente nos despertamos gracias a los dulces gritos del cerdo del vecino mientras era sacrificado a escasos metros, y continué con el viaje a Ba Be, alternando entre carreteras de cabras y carreteras de montaña sencillamente espectaculares.

Pero las carreteras de cabras me comieron bastante la moral, y empecé a advertir que aunque viajar en moto da libertad absoluta, el viaje por determinados sitios puede ser agotador. Así, el cansancio me impidió disfrutar en condiciones del parque de Ba Be, un sitio que sin duda merece la pena disfrutar más en mi próximo viaje a Vietnam. De todas formas ahí me llevé la parte positiva de conocer al grupo de Ruairi, Liesa, Paul... una panda de media docena de moteros de diferentes puntos de europa, en su mayoría profesores de inglés en Hanoi, que llevaban unos años viviendo ahí y que compaginaban aventuras moteras periódicas con sus rutinas. Tuve la suerte de encontrarme con ellos otra vez por la calle en Hanoi dos días después y pasar una de mis últimas noches en Hanoi a cervezas y billar.






 





Así, en Ba Be decidí abortar el plan que me llevaría por las aparentemente increíbles carreteras de montaña del norte, cerca de la frontera china, objetivo de muchos motoristas. Las historias de problemas entre turistas y mafias chinas de contrabando al borde de la frontera con China tampoco eran un buen aliciente para tal aventura, de todas formas. Entonces di media vuelta y regresé a Hanoi, pasando de nuevo por Kép, recuperando a Soledad II de casa de Dung, y aprovechando para agredecerles su hospitalidad con un kilo del mejor Cà Phê que encontré.

En Hanoi también tuve la suerte de conocer a Hien, una diseñadora local con inglés perfecto que me hizo de guía y me contó mil cosas interesantes de la historia reciente de Vietnam, y con la cual acabé viendo Swing Boys en un cine-bar a las afueras de Hanoi con un grupo de viajeros.

 

Ca Phe con leche de cocó, recomendado por Hien. Buenísimo.

A 2 días de que me caducara el visado -y a tres días de que se agotara el plazo para presentar la solicitud online de la beca para el máster--, con una nueva funda 'blanda' para la guitarra que me permitía llevarla mejor en la moto, me dirigí a la frontera "segura" de Na Meo tras mucho preguntar a otros motoristas. Aparentemente, podría cruzar a Laos por este punto con Sombragrís sin necesidad de sobornos a los policías de la frontera para que dejaran exportar la moto. En mis planes había programado el último día, de Hao Binh al puesto fronterizo de Na Meo - unos 170 kilómetros- que esperaba hacer en no más de 5 horas. Así podría llegar al primer pueblo de Laos -Viang Xai- antes de anochecer, y dedicar el resto de la tarde y noche para terminar la solicitud de la beca, cuyo plazo cerraba el día siguiente. Maloserá que no hubiera internet en Viang Xai para solucionarlo, pensé.

Sin embargo, el grave error fue elegir el camino más corto desde Hao Binh a Na Meo que marcaba el Google Maps: a pesar de que lo señalaba para coches, tenía tramos que eran verdaderos caminos de cabras por los que a penas podía pasar una bicicleta. Aunque no puedo negar que tenía partes espectaculares, ese día, 9 de Febrero de 2014, fue de los días más estresantes del viaje, principalmente, al tener que (1) ir por caminos perdidos en medio de la selva; (2) sin ver rastro de vida inteligente durante horas; (3) por caminos embarrados; (4) con pendientes de hasta 45º grados -en las que tenía que bajarme de la moto y empujarla acelerándola a la vez al no conseguir que tracción en las piedras lisas-; (5) tener que levantar la moto volcada, varias veces, tras perder el equilibrio en caminos imposibles, y lo más rápido posible al ver que cuando volcaba, la gasolina fugaba del depósito por tener el tapón deteriorado; (6) intentar que no se mojara el motor al cruzar riachuelos, empapado hasta las rodillas; y (7) viendo cómo pasaban las horas del día sin a penas avanzar kilómetros. Tanta caña le estaba dando a la moto, entre baches, caídas, acelerones, y agua por todas partes, que estaba seguro que de un momento a otro iba me iba a dejar tirado en medio de la jungla y sin posibilidad alguna de encontrar ayuda en kilómetros. En esos momentos veía mi futuro inmediato bastante claro: turista perdido en la jungla; rescatado dos días después al borde de la inanición; adios moto; adios beca para el master; y multa más soborno por exceder el visado.


Esta es la cara que pongo cuando las cosas van mal.
Este tipo de caminos era lo que señalaba Google Maps como "carretera para coches".


Pero ahí me di cuenta lo dura que era Sombragrís, y tras varias horas más luchando codo a codo contra los elementos, por fin llegamos a una carretera para coches en la que ir un poco más rápido. Después, no sin pocos sustos -carreteras bacheadas, con curvas de 180º sin señalizar, y vietnamitas adelantando en plan kamikaze en sentido contrario, arcenes de arena con derrapadas de vuelco-al-corazón- conseguí llegar a la ansiada frontera, en plena puesta de sol, con unas 6 horas de retraso respecto al horario previsto, pero de una pieza.

Tras media hora de trámites y sin sobornos (!), crucé la frontera y recorrí de noche durante dos horas los 50 kilómetros que separaban la frontera de mi primer destino laotiano de Viang Xai. Las carreteras montañosas de Laos tampoco lo pusieron fácil -aunque los baches en las carreteras de Laos están tapados con tierra (todo un detalle, Gobierno de Laos, muchas gracias)-, ahí volví a recordar la razón por la cual no debía conducir en plena noche cerrada: la luz frontal de Sombragrís se apagaba al pisar el freno, con lo cual tenía que usar la técnica del frenado intermitente si quería coger la curva y no irme por la oscura tangente. Más aún, un choque frontal entre dos furgonetas (aunque a baja velocidad) había ocurrido poco antes en una de muchas curvas cerradas con cero visibilidad, lo cual me daba más seguridad si cabe.

Dejando la ansiada llegada a Laos para el Episodio III, solo cabe decir que el recuerdo que me dejó el mes en Vietnam fue simplemente imborrable. La combinación entre la increíble belleza natural del país, la experiencia de máxima libertad con la moto -y los sustazos que sólo quedaron en eso, con sus consecuentes subidones de adrenalina-, la experiencia guitarrística en el EasyTiger, y la exquisita comida, podrían haber sido por sí solos motivos para recordar esta etapa para siempre.

Pero en uno de mis muchos momentos de reflexión, siendo Vietnam el 5º país visitado, me di cuenta que el bienestar en cada país depende fundamentalmente de las personas que ahí se conocen. Es la hospitalidad desinteresada y trato impecables de las personas de las que recibí ayuda -Hien, Dung, sus amigos y su madre- y en todos los sitios donde me hospedé, y la buena gente que conocí por puro azar y de la que aprendí -Kim, Marta, Ben, Scott, Khristel, Helen, Milan, Pía, Dung, Ruairi, Liesa, Dan, Hien, etc, lo que nos empuja a recuperar la fe en la raza humana.

Frontera Vietnam-Laos, ya desde Laos.

Ruta:
Phong Nha Ke - Hanoi, moto (23-25 Enero)
Hanoi - Cat Ba, moto / barco (27)
Cat Ba - Ha Long, barco / moto (1 Febrero)
Ha Long - Kép, moto (2)
Kép - Ba Bé, moto (3)
Ba Bé - Thái Nguyên, moto (4)
Thái Nguyên - Hanoi, moto (5)
Hanoi - Hao Binh, moto (8)
Hao Binh - Na Meo - Viang Xai (Laos), moto (9)

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